Yo no busco la perfección

2

¿Por qué crees saber qué es lo mejor para mí? Pareces tener muy claro quién debería ser yo. Crees que me puedes decir qué debo pensar, qué debo sentir, qué debo hacer, qué debo decir…  Opinas que sin duda serías un yo más perfecto que yo misma. Y quieres que sea ese yo perfecto que imaginas. Al igual que lo cree el resto del mundo. Todas las personas que me rodean tienen su propia opinión de quién debería ser yo; esa persona perfecta que ven en su mente. Cada día me decís de maneras diferentes quién debería ser: a través de la publicidad, de mis compañeros, de mi familia, de la sociedad en general. Sí, todos lo sabéis mejor que yo. Todos me pedís que sea esa persona perfecta que visualizáis en mi futuro. Pero yo no quiero ser ninguna de esas “personas perfectas.” Yo solo quiero ser yo.

Quiero ser yo con mis defectos y mis virtudes. Quiero cometer mis propios errores y aprender de ellos. Quiero ser imperfecta y no estar siempre fingiendo la perfección. ¡Quiero ser yo!

Soy quién soy por todo lo que he experimentado y aprendido hasta el momento en mi vida. Todas esas lecciones me han llevado a creer lo que creo y a ver el mundo y la realidad como los veo. Tú eres quién eres por todo lo que has experimentado y aprendido hasta el momento en tu vida. Es por eso que tú eres tú y yo soy yo. Ese es el motivo por el que somos diferentes. ¿Por qué crees que tus experiencias y lecciones son mejores que las mías? Sí, tal vez hayas vivido más años. Eso da igual. Mis lecciones son únicamente mías y nadie más en todo el mundo ha aprendido exactamente lo mismo que yo porque no han tenido mis mismas experiencias. Tú no estás dentro de mí. No sabes de verdad, de verdad, de verdad, lo que yo sé. Ese es el motivo por el que yo veo la realidad como la veo. Así que, por favor, deja de intentar convencerme que tu visión de la realidad es mejor que la mía. Yo nunca podría verla como la ves tú ni tú como la veo yo.

Soy quién soy por las experiencias y las lecciones que he tenido y quizá sea la única YO que podía ser. Quién sabe, tal vez tú hubieses sido como yo de haber tenido solo mis experiencias y haber vivido mi vida.

Así que escúchame, mundo, yo no quiero ser esa yo perfecta con la que todos soñáis. Yo no quiero ser la yo que imagináis basándoos en vuestras experiencias y en vuestra visión del mundo. No lo puedo ser. Yo soy yo. Mi yo real. Y esa es la persona que quiero ser.

Disfruta de la vida, de TODA ella,

Jessica J. Lockhart, humanología

www.jessicajlockhart.com

Soy parte de la humanidad

2

¡Nací aquí por casualidad! Dio la casualidad, también, que mi marido nació en otro lugar. Y mis hijos, casualmente, nacieron en países diferentes… Si mi hija se hubiese quedado en el país en el que nació, su vida habría sido muy, muy diferente.

En ese caso, ¿cómo puedo defender ser ciudadana de un único país? Nací en uno, crecí en otro y viví en 5 más. He sido ciudadana de 7 países porque es allí dónde viví y dónde crecieron mis hijos. Y aprendí a comprender, respetar y querer a todos ellos y a sus gentes.

¿Cómo podría alardear? ¡Nací aquí por casualidad! Nadie elige dónde va a nacer. Nacemos y ya está. ¿O elegiste tú antes de venir? Cuando la gente defiende la supremacía de su país natal sobre los demás países, no puedo evitar pensar: “¡pero si tú no elegiste nacer allí! ¡Fue cuestión de suerte!” Y eso me hace entonces preguntarme quién somos para dudar y juzgar a los demás que, por casualidad, nacieron en otros lugares. ¿Tuvieron acaso la oportunidad de elegir?

Y una vez naces en un determinado lugar, no puedes evitar aprender lo que te enseñan quienes ya viven allí. A no ser que te veas expuesto a otras culturas y a otros países, el tuyo será el único que conozcas. Una vez más, tú no eliges a qué te vas a ver expuesto, ¿no es así?

Tras haber vivido en tantos países y conocido tantas culturas, hay una cosa que he aprendido: somos mucho más parecidos y mucho menos diferentes. No he conocido ni una sola persona en NINGUNO de esos países que no quisiera disfrutar de una buena vida y de una aún mejor para sus hijos. Eso es algo común a toda la humanidad. Todos queremos vivir vidas buenas y disfrutar de nuestro tiempo aquí. 

Es por eso que defiendo ser parte de la humanidad y no miembro de un determinado país dónde… nací por casualidad. Y tú, ¿eres parte de la humanidad?

Disfruta de la vida, de TODA ella,

Jessica J. Lockhart – humanología

www.jessicajlockhart.com

Interpretando el mundo

2
La primera vez que alguien me insultó y me acosó todavía no tenía 4 años. Mi acosadora era una adulta, mi maestra en la escuela. En mi mundo de entonces, se suponía que los adultos siempre tenían razón. ¿Cómo podía entonces dudar? Todo lo que hacía aquella persona me demostraba lo poco que valía yo. No podía cuestionar el mundo adulto. Solo era una niña pequeña.

Cuando otros adultos me venían a recoger al terminar el horario escolar, mi maestra les decía lo desagradable que era yo, qué poco merecía que me atendieran, qué poco valía. Los demás adultos la escuchaban y aceptaban sus palabras, confirmando así su versión en mi mente infantil.

Cada palabra, cada acto, cada gesto que experimentaba en aquella época me convencía día tras día que merecía aquel trato.

Mis compañeritos de clase aprendieron entonces también que debían abusar de mí, que debían empujarme o ignorarme, dañarme de cualquier manera que se les ocurriera. Su modelo, nuestra maestra, les estaba enseñando cómo se hacía.

Sus acciones confirmaban algo que yo ya estaba comenzando a creer. No merecía nada, no merecía amor, no merecía amistad, no merecía respeto. Yo no era nada. Era menos que nada. Era la diana.

Para cuando mis padres se dieron cuenta de qué estaba ocurriendo, ya me había convertido en víctima. Subconscientemente creía que merecía lo que me ocurría, que no me correspondía otra cosa. Ni siquiera era consciente de la creencia. Mis padres tampoco. Solo veían que la maestra era desagradable conmigo. Así que me cambiaron de escuela.

Mi primer día en la nueva escuela fue una pesadilla. Tenía tanto miedo a encontrarme con mis nuevos enemigos y acosadores y tan convencida de que me los merecía que intenté encogerme dentro de mi propio cuerpo. La realidad me iba a demostrar una vez más que era una víctima, claro. Mi nueva maestra no me insultó ni me atacó sino que eligió ridiculizarme y sentarme a su mesa para que todos los demás niños comprendieran de inmediato lo poco importante que yo era. Tomó mi reticencia y temor como un desafío hacia ella y me castigó poniéndome en evidencia. Y luego estaba Phil, mi nuevo acosador, el niño de la clase que se encargó de perseguirme y reírse a mi costa para que los demás vieran cuán importante era él. Descubría las maneras más desagradables de hacerme daño a la par que se mofaba de mí para que los demás se divirtieran con él.

Mis padres intentaban ayudarme. Pero nadie comprendía por qué me acosaban personas distintas en todos los lugares a los que iba. Eso parecía demostrar que de alguna manera yo estaba provocando la situación al ser el único denominador común en todos los escenarios.

Y quería decir que mi primera maestra tenía razón, ¿o no? La vida me estaba demostrando que sí. Yo no merecía nada. Solo valía para que los demás se divirtieran riéndose de mí o haciéndome daño. Yo era y merecía ser una víctima.

Escuela tras escuela, los abusadores de inmediato identificaban a la víctima que había en mí y me utilizaban como peldaño sobre el que escalar hacia alturas superiores. La vida confirmaba así mi creencia día a día. Yo era una víctima. 

Unos años más tarde me había convertido en un despojo. No me podía enfrentar al colegio ni a otros niños. Me aterraban. Me había victimizado total y completamente sin ser siquiera consciente de que esa posibilidad existiera. Nadie en mi mundo lo comprendía tampoco. Solo nos rodeaban las dudas y la confusión. Ningún profesional era capaz de explicar por qué siempre encontraba a alguien dispuesto a acosarme. Algunas personas sospechaban que yo me sentía acosada cuando no se había producido acoso alguno. Pero yo sabía lo que sabía. La vida era un abuso; mirara dónde mirara, viviera dónde viviera, al abuso también existía allí  y me elegía como diana.

Hasta que un día una persona me dijo que yo era una víctima. “Víctima,” qué palabra. Aquella persona me explicó que me había convertido en víctima al creer esa interpretación sobre mí misma. Repasamos la historia de mi vida desde esa perspectiva y comprendí claramente cómo había llegado a interpretar y verme a mí misma como la víctima de los demás. Desde aquella primera maestra que ostentaba todo el poder hasta el niño más débil que me había insultado, yo CREÍA que me merecía aquel trato porque ¡ERA UNA VÍCTIMA! Aquel era mi papel en la vida.

Juntas repasamos mi vida y tomamos ejemplos de los abusos sufridos por mí. Aquella persona me ayudó a ver que me había convertido en víctima porque eso era lo que creía de mí misma. También me explicó que los acosadores pensaban que solo pisando a otros podían alzarse por encima de los demás y ganar su respeto y su aprecio. Muchos de ellos habían aprendido ese comportamiento en sus hogares y lo había convertido en su propia creencia. No me estaban acosando para hacerme daño; ni siquiera me veían como persona. Me estaban acosando porque creían que era la única manera de crecer y ser vistos por los demás. Yo no era para ellos una persona sino un medio.

Interpretando la historia de mi vida desde esta nueva perspectiva comprendí que me había creído víctima. Aquella nefasta maestra fue quien introdujo esa visión del mundo en mi mente por primera vez. Como tenía poder sobre mí, la había creído. Al confirmar su visión del mundo, mi incipiente creencia se vio fortalecida y reforzada una y otra vez hasta que en mi mente no cupo ninguna otra posible interpretación. Todo lo que vi a partir de ese momento se limitaba a confirmar mi creencia inconsciente.

Nuestras creencias quedan siempre confirmadas por nuestra realidad porque son el filtro a través del cual la vemos. Mi experiencia confirmaba así mi papel de víctima una y otra vez. Hasta que una persona me ayudó a ver que NO era una víctima  real sino que era cómo había elegido verme. También me ayudó a comprender que podía elegir otra cosa para mí misma. Podía reinterpretar mi pasado desde esa nueva perspectiva y comprender así que no me habían acosado sino que me había victimizado a mí misma. Cada insulto, cada golpe, cada comentario me habían confirmado una y otra vez mi papel de víctima.

Aquel día decidí cambiar mi visión del mundo e interpretar la historia de mi vida desde una perspectiva diferente. ‘Ya no soy una víctima,’ declaré. Y conforme a mi nueva creencia, el mundo dejó de atacarme. Porque yo ya NO era una víctima. Al creerme NO VÍCTIMA, mi realidad me confirmaba esa visión.

Y así ha sido. Estos últimos años me han dado prueba tras prueba de mi papel de no víctima en la vida. Todavía hay ahí afuera muchas personas que necesitan pisar a los demás para ganar el respeto de otros pero nunca me eligen ya a mí como peldaño. Cuando miran a su alrededor buscando una víctima, a mí no me ven. No estoy en su radar. Como ya no soy una víctima, tampoco ellos me perciben así.

Esta es la historia que te quería contar y cómo la he interpretado yo misma. Después de todo, la vida es cuestión de interpretación. Qué historia me cuento marcará qué historia vivo. Todas las historias se pueden contar desde múltiples perspectivas. ¿No son acaso los narradores quiénes eligen cómo contarlas?

Disfruta de la vida, de TODA ella,

Jessica J. Lockhart – humanología

www.jessicajlockhart.com

Etiquetas

screen-shot-2016-10-04-at-05-34-21

Las etiquetas evitan que veamos al ser humano detrás de ellas. Una vez etiquetamos a alguien, de inmediato vemos a esa persona a través de la etiqueta. La etiqueta puede afectar a todo aquello que vemos en esa persona o solo a algunas partes pero solo si buscamos detrás de la etiqueta seremos capaces de ver de verdad a la persona como es.

Las etiquetas son filtros en nuestros ojos y en nuestros corazones. Al etiquetar a otros seres humanos los convertimos en aquello que dice su etiqueta. Los miramos y es como si lleváramos gafas tintadas. En lugar de dar color a lo que vemos, centran nuestra atención en otra cosa, en algo que esperamos ver, en la etiqueta que tenemos en mente.

Existen todo tipo de etiquetas. Algunas fortalecen, otras limitan y reducen. Cada vez que juzgamos y etiquetamos convertimos a la persona etiquetada en otra cosa, en algo que queda definido por la propia etiqueta. Así, si etiqueto a alguien de “discapacitado,” de inmediato lo percibo como “no capacitado” y a partir de ese momento así será cómo lo vea. Si además difundo esa etiqueta entre otras personas, ellas también lo percibirán como un ser humano “no capacitado.”

Desde el momento en el que comience a ver a una persona a través de una etiqueta, la trataré como me dicte la etiqueta. Cuando una persona es “no capaz” ante mis ojos, mi comportamiento cambia. Esa persona recibe un tratamiento especial solo porque la percibo como un ser humano “no capaz” de algo.

Imagina entonces el daño que pueden hacer otras etiquetas… Idiota, fea, pobre, lenta, tímido, rico (sí, incluso esta etiqueta puede resultar muy limitadora) y una interminable lista de otros muchos términos. Se ha demostrado científicamente, por ejemplo, que las personas que percibimos como “obesas” con frecuencia las vemos (y tratamos) como si fueran menos fiables, menos eficientes, más perezosas y menos saludables. Dada nuestra educación y nuestra cultura, la etiqueta “obesidad” va acompañada de una serie de prejuicios. Al ver a una persona desde esa etiqueta, con frecuencia percibimos una imagen distorsionada a través de nuestros prejuicios culturales en lugar de ver al auténtico ser humano.

Si la etiqueta de una persona se extiende lo suficiente, tal vez esa persona comience a creérsela y actuar como si fuera lo que dice su etiqueta. Ponle a un niño una etiqueta las veces suficientes y acabará convirtiéndose en ella. “Tímido” es un ejemplo muy común. Los niños a quienes se les llama así se lo creen y con frecuencia acaban convirtiéndose en jóvenes tímidos. Este efecto lo encontramos a menudo en las escuelas. Cuando los profesores etiquetan a un niño como “lento,” “problemático,” “torbellino,” o “superdotado,” la etiqueta lo acompaña pasando de curso a curso, de profesor a profesor y de profesores a compañeros de clase. El etiquetado padece lo que se conoce como el efecto pigmalión y se le comienza a ver y tratar según su etiqueta.

La verdad, por lo tanto, es que el ser humano auténtico no es el que estamos percibiendo. Lo que estamos viendo es una versión distorsionada del mismo y esa distorsión se debe a la etiqueta. Las etiquetas distorsionan nuestra comprensión y percepción de los demás seres humanos.

Es cierto que la experiencia nos puede ayudar a liberarnos de algunas etiquetas. Puede ser que yo vislumbre a la persona detrás del término en un momento dado por algo que ocurra; tal vez un acontecimiento me abra los ojos o quizá la persona haga algo que me obligue a verla a pesar de la etiqueta. Lo que ocurre en esos casos es que la etiqueta desaparece. Dejo de ver a la persona a su través. La etiqueta se desvanece.

Te animo a que pienses en las personas que conoces, en tus amistades y seres queridos en particular y te preguntes qué etiquetas les aplicas. ¿Eres capaz de verles detrás de las mismas?

Cuando conoces a alguien nuevo, ¿puedes ver a la persona y evitar etiquetarla?

Y lo que es todavía más importante, ¿te etiquetas a ti mismo? ¿Te puedes ver detrás de tus propias etiquetas?

Disfruta de la vida, de TODA ella,

Jessica J.  Lockhart – humanología

www.jessicajlockhart.com

Sessions – Sesiones

screen-shot-2016-09-23-at-06-12-02

+ DETAILS – DETALLES – DÉTAILS

Reserve your special one hour-session with Jessica. Discuss your problems with her to find new approaches and solutions. In Bern. Sponsored by Zentrum 5.

Reserva tu sesión de una hora especial con Jessica. Comenta con ella tus problemas para encontrar nuevos enfoques y soluciones. En Berna. Patrocinado por Zentrum 5.

Réservez votre session spéciale d’une heure avec Jessica. Discutez vos problèmes avec elle pour trouver de nouvelles approches et solutions. À Berne. Parrainé par Zentrum5.

Jessica J. Lockhart

Humanology-humanología-humanologie

www.jessicajlockhart.com

¿Qué película te cuentas?

Screen Shot 2016-08-27 at 10.06.36

¿QUÉ PELÍCULA TE CUENTAS? no ha salido aún oficialmente publicado y ya se ha colocado entre los 3000 libros más vendidos en Amazon sobre transformación personal. ¡Qué emoción!

¿QUÉ PELÍCULA TE CUENTAS? es mi nuevo libro, un libro escrito para ti desde el corazón. Adéntrate en él para descubrir una nueva manera de ver la vida; un enfoque sencillo y potente que simplifica muchos de los grandes asuntos que nos preocupan en el día a día. Relájate y aprende a tomar las riendas tú de la manera que más encaje contigo.

Si quieres más detalles sobre este libro, cómo te puede ayudar y sobre la labor que desarrollo, te invito a participar en la videoconferencia gratuita que se ofrecerá este próximo miércoles, 31 de agosto a las 22.30 hrs, (CEST) dentro del programa Conversaciones con Jessica, en la plataforma Inspirando Vidas. Compartiré todos los datos sobre ¿QUÉ PELÍCULA TE CUENTAS? y mucha información más.

31 de agosto de 2016a partir de las 10.30 (1)

Comprueba aquí qué hora será en tu país: HORARIO

Obtén aquí más información sobre Conversaciones con Jessica

Hazte aquí con tu copia de ¿QUÉ PELÍCULA TE CUENTAS? 

Te espero en la videoconferencia. Un abrazo,

Jessica J. Lockhart, humanóloga. http://www.jessicajlockhart.com

24 mudanzas

traslado

Sí, por el momento me he mudado 24 veces. Algunos de esos traslados fueron dentro de la misma ciudad; otros fueron internacionales. Algunos tuvieron lugar cuando yo aún vivía sola; otros se están produciendo ahora e implican a toda mi familia.

Algunos de mis amigos sufren mucho cuando se enfrentan a una mudanza. Para ellos, el traslado representa caos, mucho trabajo, pesadillas y dolor.  Y tienen razón, eso es lo que es… para ellos.

Para mí, un traslado es una gran oportunidad para conocer a nuevas personas y nuevos lugares, para limpiar mis armarios y deshacerme de las cosas viejas. Sí, es mucho trabajo, pero el resultado final es muy agradable.

Cuando me traslado lo hago siempre con la esperanza de tener una vida mejor, un mejor entorno o una nueva aventura. Asentarme en un nuevo lugar es como recibir un regalo envuelto: todo un mundo de misterio, sorpresa y anticipación.

Eso es lo que significa un traslado… para mí.

Y tú, ¿cómo abordas los desafíos y los cambios? ¿Cómo los enfocas, como aquellos que temen el traslado o como yo, que siempre espero lo mejor?

Algunas personas temen los traslados por la gran cantidad de preparativos que creen que entrañan. Yo no planifico mucho. Simplemente lo hago. “Pero debes planificar para no tener problemas después,” me dicen. Pues no lo hago. Y ya me he trasladado con éxito 24 veces. No planificar demasiado a mí me funciona.

Todo en la vida está abierto a interpretación. Todos lo interpretamos todo como podemos. Ninguna interpretación es mejor que ninguna otra. Las interpretaciones son nuestra manera de ver y comprender la realidad.

También todo en la vida se puede hacer de muchas maneras diferentes. Todos lo hacemos todo lo mejor que podemos. Ninguna manera es mejor que las demás. Algunas maneras podrían parecer más eficientes o rápidas pero, quién sabe, quizá esa persona necesite tomarse las cosas con calma y ese ritmo sea el perfecto para ella… Ninguno de nosotros sabe qué es lo óptimo. Solo sabemos qué nos funciona a cada uno.

Disfruta de la vida… de toda ella,

Jessica J. Lockhart

¿Eres feliz?

IMG_5987

‘Soy una pequeña oruga. Vivo en un árbol y me alimento de hojas. No tengo muy buena vista porque mis ojos son muy pequeños y lo que veo son hojas, algunas ramas y el tronco de mi árbol. No me puedo desplazar con mucha rapidez y llegará un día en el que prepararé un capullo y dormiré durante un tiempo. Me gusta mi vida. Disfruto mordisqueando esas hojas verdes y descansando en mi rama. Soy una oruga feliz.’

‘Soy una pequeña mariposa. Antes estuve dentro de un capullo, cuando era una oruga. Pero ya no lo soy. Ahora tengo alas y bebo un líquido dulce de las flores. Vuelo de un lugar a otro buscando mi alimento y disfrutando de los paisajes abiertos de los valles y de los lechos de los ríos. Cuando extiendo mis alas y me elevo por encima de las copas de los árboles o desciendo entre los colores de las flores, siento la libertad del viento y la alegría de esa danza sin fin. Recuerdo haber disfrutado de mi vida anterior sentada sobre aquella rama durante todo el día. Entonces no era capaz de imaginar el tamaño del mundo ni la magia y la belleza que esconde. Necesité volar para ver y comprender. ‘

La oruga solo podía ver lo que podía ver. Suficiente para ser feliz. La mariposa entonces descubrió todo un mundo nuevo. Y también fue feliz.

¿Tú eres feliz?

Disfruta de la vida… de toda ella,

Jessica J. Lockhart

Taller para mujeres

Screen Shot 2016-04-20 at 08.21.52

Creo firmemente que los seres humanos nacemos para ser felices,” – Jessica J. Lockhart

Este práctico taller te ofrece una nueva perspectiva y las claves para sujetar las riendas de tu propia vida. ¿Qué historia te cuentas? ¿Qué te limita? ¿Dónde quieres estar? Encuentra las respuestas a estas y otras muchas preguntas en este taller de 2 horas. (Recuerda, no necesitas compartir tu historia para participar.)

Cuándo: 10 de mayo de 9.30 a 11.30

Dónde: Worb y online

Precio: 20 chf

Reserva tus plazas AQUÍ

Si participas online recibirás tu enlace de conexión una vez está hecha la reserva.

Más información: theoptimistinme@aim.com

Disfruta de la vida… de toda ella,

Jessica J. Lockhart

Creencias sobre la gordura

gordura

 

Hoy estaba leyendo el periódico cuando me he encontrado con un artículo sobre una fotógrafa llamada Haley Morris-Cafiero que decidió fotografiar la reacción de la gente ante la gordura de otras personas. Pasó mucho tiempo tomando imágenes de cómo reaccionaba la gente al encontrarse con alguien gordo. Mirad el ejemplo que os he puesto. Es una de las fotografías que sacó.

Parece existir en la cultura occidental una creencia muy extendida de que deberíamos ser delgados, estilizados, flacos… No solo nos sentimos mal cuando nuestros cuerpos acumulan peso adicional, sino que los demás no tienen ningún problema en demostrarnos su desaprobación.

Pero esa gente realmente no nos ve, solo ven a “una persona gorda.” Y lo peor es que con frecuencia nosotros tampoco nos vemos a nosotros mismos al mirarnos en el espejo; solo vemos a “una persona gorda.” No vemos la persona de verdad; y quienes nos miran ni siquiera intentan ver a la persona de verdad. Se nos olvida esa persona que está dentro del cuerpo; y a quienes nos miran les importa un bledo esa persona que está dentro del cuerpo.

Pero estamos ahí, dentro de ese cuerpo, flaco, gordo, da igual. Estamos ahí y tenemos sentimientos, deseos, sueños, esperanzas, creencias… Somos tan humanos como las demás personas más delgadas y buscamos y queremos lo mismo.

Ya es hora de que nuestras tan extendidas creencias sobre la gordura cambien. Cuando veas a una persona gorda la próxima vez (aunque seas tú mismo) escucha qué pensamientos están expresando tus creencias: “¡Qué persona más poco sana!” “Me apuesto lo que quieras a que esa persona come y come sin parar” … y otros pensamientos por el estilo. Y entonces intenta mirar y ver a esa persona; busca la persona de verdad que está dentro de ese cuerpo; busca el ser auténtico. Y dale a ese ser una oportunidad.

Disfruta de la vida… de toda ella, J.

¿Cómo lo superé?

Jess

Muchos de vosotros tal vez recordéis uno de mis últimos artículos en el que os contaba que mi padre me había dicho que nunca me había querido y cómo eso me afectó durante muchos años de mi vida. Bueno, la siguiente pregunta lógica es… ¿y cómo lo superaste?

Sorprendentemente, superarlo no resulta difícil si se sabe cómo hacerlo.

Mi padre me contó que se vio invadido por aquella emoción en cuanto posó su mirada sobre mí al nacer. Está claro que no fue algo que yo pudiera haber provocado. Pero tampoco era su culpa. Él no lo había buscado. Realmente no tenía nada que ver conmigo porque yo apenas era una personita. ¡¡¡No me conocía!!!!

También me contó que durante años había intentado ocultar sus sentimientos hacia mí. Está claro que no lo consiguió. Pero al confesarlos yo pude por fin comprender los míos propios.

Durante mi infancia y juventud no era capaz de entender que mi padre también era una víctima de aquella situación. No fue hasta mucho más tarde que llegué a comprender que también a él aquellos sentimientos le tuvieron que costar mucho. Después de todo, era mi padre. Y tenía que vivir conmigo durante años. También tuvo que ser muy difícil para él.

Fuera cual fuera la causa, mi padre se sentía así. Esa era la realidad. Y la realidad no se puede cambiar. Es lo que es. Lo podía interpretar como quisiera, que los hechos son los hechos. Y el hecho era que mi padre no sentía amor. ¿Debería culparle por ello? ¿Cómo puedes obligar a alguien a querer a otra persona? ¿Tenemos la obligación de sentir amor incondicional porque sí? Esperamos que sea así, sobre todo cuando estamos creciendo, pero, ¿es cierto? ¿Debemos sentir ese tipo de amor solo porque sí? Hoy puedo entender que mi padre también se tuvo que sentir fatal. Cuando me dijo que nunca me había querido me estaba intentando explicar su realidad. Me costó años comprenderlo. Pero cuando lo hice, todas las piezas encajaron. ¡Había hecho todo lo que pudo! No me estaba intentando hacer daño; no estaba haciendo nada con el único propósito de hacerme sentir mal y no querida. La realidad era la que era. Nada más.

Y como la realidad fue la que fue, yo soy hoy la que soy. Y me siento muy agradecida por ello. No podría ser quien soy si mi padre hubiese sido un hombre diferente. 🙂

Disfruta de la vida… de toda ella, J.

¿Qué puedo decir?

believe

Se suponía que una de mis amigas iba a venir a visitarme. Vive en el extranjero e iba a ser el primer viaje que hacía con amigas. Pero ayer lo canceló. Tuvo una gran discusión con su marido, que no entiende que ella se vaya a ningún sitio sin él. A pesar de estar profundamente decepcionada, mi amiga eligió no venir.

Debo decir que no me puedo imaginar a mí misma en una relación como esa, en la que las creencias de mi marido pudieran coartar mi libertad. Y estoy segura de que muchos de vosotros, mis lectores, también sentiréis así. Pero en coaching he aprendido que cada persona tiene derecho a tener sus propias creencias. Si el marido de mi amiga cree que el matrimonio exige que marido y mujer estén siempre juntos y mi amiga cree que debe estar al lado de su marido, tienen toda la libertad del mundo para hacerlo. Las creencias están a nuestro servicio, no al revés. Si una creencia deja de sernos útil o de hacernos felices, la cambiamos, la sustituimos por otra que satisfaga mejor nuestras necesidades. Si mi amiga decide algún día cambiar de creencias, también estará en su derecho.

Es por esto que yo no puedo juzgar a mi amiga ni a su marido. Si sus creencias les hacen felices, bien por ellos 🙂 Al fin y al cabo, yo también tengo las mías propias. ¿Recuerdas? Nadie nos puede hacer felices. Lo que nos hace felices es qué elegimos sentir y qué elegimos creer.

Disfruta de la vida, J.